La sociedad actual está llena de personas que tienen estrés, ya no como estado de ánimo o estado vital momentáneo, sino, prácticamente, como estado civil. Hablamos con personas a las que les preguntamos, “¿cómo te encuentras?” y su respuesta hoy, mañana, pasado, el mes que viene… No cambia, siempre es: “estresado/a. Me encuentro estresado/a”.
Siempre oímos decir que los hábitos de vida de las grandes ciudades generan estrés. Pero, analizando bien estos hábitos, encontramos que solamente unos pocos de ellos son decisivos en lo que al estrés se refiere y todos, son generados por nosotros, no por “las grandes ciudades”.
La primera de las características vitales que ha modificado nuestra “alimentación emocional” es la multitarea o la velocidad ejecutoria. En la era de lo informatizado, creemos que la velocidad de nuestro entorno tecnológico puede ser extrapolable a nuestro desarrollo humano, y lejos de realizar tareas únicas a la perfección, dedicamos el tiempo a realizar acciones mientras centramos nuestros sentidos en otras tantas a realizar. Volver al presente y al ahora, alejando de nosotros la constante visión de horizonte, nos ayudará al mejor resultado, mayor disfrute, y un ritmo adecuado de desempeño.
El segundo de los componentes más habituales en esta tipología de vida es la comunicación de nuestro estado. Hemos asumido dos líneas de vocabulario habitual e igualmente dañino para nuestra evolución emocional. Por una parte hemos creído que el éxito se representa en un estado permanente de estrés, sobreocupación, sobre-organización, etc. Al mismo tiempo palabras referidas a dolencias psicológicas como “depresión”, “bloqueo”, “angustia” han sido incorporadas a nuestro vocabulario rutinario sin la medida de su realidad, ni tampoco de las consecuencias de su asiduidad en nuestra comunicación.
El tercero de estos agentes de infelicidad es la medida externa del tiempo o la incapacidad de decir que no. La inmediatez de la información y el apoyo de las herramientas de comunicación nos han generado una especie de esclavitud falsa del “ya” y el “ahora”. La gestión de nuestro tiempo por la exigencia externa, y no por la organización propia con finalidad de excelencia, nos sitúan en una falsa necesidad que tiene como resultado una rutina insana, una química corporal desnaturalizada (alimentándose el cuerpo de adrenalina en vez de endorfinas), y lo que es peor, un reconocimiento de nuestra suficiencia en la tarea, en vez del éxito en nuestro desempeño.
El cuarto de estos alimentos a exiliar de nuestra “dieta emocional” es la falta de pausa. Creemos erróneamente que somos más eficientes y tendremos más resultados conforme más cosas realicemos consecutivas en un día. Toda acción nos debería obligar a una pausa anterior y posterior. Cualquier tarea precisa de una organización y conciencia de su finalidad y realización, y una vez conseguida un reconocimiento del logro o pequeño premio. En esto no somos muy distintos a cualquier animal, contamos en nuestro ADN cerebral de un fuerte componente de nuestra base instintiva, y ningún animal permanece recibiendo órdenes sin término, cuando no es premiado o reconocido por su acción. No nos hagamos trampas al solitario en este aspecto.
El quinto elemento es sin duda el más importante, la sustitución de la responsabilidad por la culpa. La responsabilidad es la conciencia de lo realizado, y en parte obliga a una reflexión. Qué hicimos mal o qué no hicimos, qué deberíamos haber hecho o cómo lo haríamos mejor, y también una proposición de cambio u objetivo futuro. La culpa en cambio obliga a una flagelación innecesaria de uno mismo, sin mayor objetivo que la sensación o sentimiento negativo de incapacidad o incompetencia. Nada útil ni evolutivo.
Con todo esto lo que conseguimos como resultado es forzar la química del ser humano, y por tanta la alimentación o motor de nuestro cuerpo, a funcionar con “la energía negativa” que es capaz de generar. Útil para momentos determinados, pero totalmente innecesaria para el día a día, y lo que es peor, muy destructiva para nuestro cuerpo y nuestra mente, y por ende, para nuestros sentimientos, autoestima, y nuestro entorno.
La adrenalina se genera en situaciones de miedo y estrés, obliga al incremento de las pulsaciones y la presión sanguínea. Es como el turbo de un coche, pero de forma constante afecta a su “fábrica”, los riñones, lo que sin duda redunda en otros aspectos de nuestra salud.
Siempre va acompañada de la Noradrenalina que intensifica la función de las terminaciones nerviosas, lo que incrementa las sensaciones físicas, pero bloquea en cierta medida la “racionalidad” de las acciones. Mala compañera del éxito.
El Cortisol es una hormona encargada de control nuestro biorritmo. Obliga a la gestión desmesurada de la energía y los azúcares, bajando las defensas del cuerpo, y generando por tanto predisposición a enfermedades y control del resto de nuestro sistema inmunológico. No parece una gran herramienta para un estado pleno de nuestro día a día.
Junto con estas existe una disminución de la dopamina, la melatonina y la acetilcolina, por lo que se descontrolan necesariamente las funciones del sueño, descanso, dolor, y control muscular.
Por tanto estamos llevando el cuerpo al extremo, pero de forma constante, como rutina, incrementando la sensación de cansancio posterior, poniendo en riesgo nuestra salud, y gestionando de forma antinatural nuestras capacidades.
Para que nuestra alimento esté en la felicidad, la generosidad y el amor, nuestros flujos deben diarios deben ser la dopamina, la exotoxina y las endorfinas. Que responden a los nombres de molécula del amor y la ternura, molécula afrodisiaca, y hormonas de la felicidad. Suena bastante mejor, ¿verdad?
Aquí añadimos un sencillo horario o listado de tareas para el día a día, que a buen seguro, dará un importante cambio en nuestras vidas, y por tanto en nuestra felicidad, éxito y plenitud.
- Nos despertamos temprano: Debemos intentar medir nuestra hora óptima para levantarnos, aprovechar los ritmos solares si es posible, y generar la sensación de tiempo suficiente en el día para todo lo que queremos hacer.
- Nos mantenemos 5 minutos en la cama pensando en el día: El levantarnos “de un salto” suele obligar al cuerpo a iniciar la jornada con un exceso de adrenalina, y ya hemos visto que eso no nos favorece. Dejar unos minutos en la cama para ir activando el cuerpo, estirarnos, respirar profundamente y disfrutar de nosotros es una clave esencial para el resultado del día que está por venir.
- Nos arreglamos y nos halagamos y gustamos frente al espejo unos segundos: La autoestima es esencial para el éxito. No esperemos a que “alguien nos la suba”. Seamos conscientes nosotros mismos de lo que somos y lo que valemos.
- Marcamos nuestra posición corporal positiva y de sonrisa: Como si de un uniforme se tratara, como si fuéramos a conocer a nuestra mujer u hombre ideal, o salir a la calle fuera entrar en una entrevista de trabajo, abrimos la puerta con una postura abierta, recta, relajada y con una amplia sonrisa.
- Nos comunicamos positiva y animosamente: Evitemos las quejas, las penas, y las excusas. No nos ayudan, no aportan nada a nadie, y no nos favorecen. Nuestro vocabulario es el del control, el equilibrio, la medida, el éxito y la felicidad. Y sólo ese.
- Nos organizamos el trabajo o el día anotando lo pendiente, tachando lo realizado, y parando unos segundos para celebrar el logro: Como ya hemos hablado, las pausas previas y posteriores a una tarea son necesarias. La organización mejora los resultados, y el reconocimiento del logro o el éxito es primordial para mantener la actitud y el ánimo, así como la autoestima. Es un caballo ganador.
- Finalizamos el día premiándonos: Debemos buscar una acción, tarea, o placer que nos permita cada día, premiarnos. Darnos ese gusto de saber que eso lo hacemos o lo disfrutamos porque hemos actuado de forma plena en nuestro día.
- Reflexionamos sobre lo conseguido y organizamos el siguiente día: Reflexionar sobre el día es vital. No sólo el premio como acción primaria o instintiva, sino el pensamiento pausado, la responsabilidad y la conciencia es un buen alimento para el futuro.
- Dedicamos los últimos 20 minutos antes de dormir a una actividad personal y sin carga ni esfuerzo: Uno de los grandes errores que cometemos es dedicar los últimos minutos del día a acciones estresantes, como la lectura acelerada de información, el visionado de programas violentos o dialécticamente veloces, así como trabajos u obligaciones que precisan de dedicación, concentración y esfuerzo. Los últimos minutos son para relajar, desactivar el cuerpo, para el ritmo, y prepararnos para una de las funciones más importantes para nuestro éxito futuro, descansar lo debido.
Desde Arch. Coaching estamos seguros que el éxito y la plenitud, pasan por la felicidad y el disfrute del logro, y por tanto, también por la escucha activa de nuestro cuerpo, y la incorporación de los conocimientos de otras materias, como la neurociencia y la psicología, para los mejores resultados en nuestra vida y profesión. Estamos seguros de que estas pautas, de gran ayuda, y nos aportarán resultados visibles a corto y medio plazo.
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