La tolerancia a la frustración es uno de los temas más tratados en estos tiempos de crisis convulsa.
Muchas veces malentendemos esa frustración como el malestar y los sentimientos que provienen de los fracasos o la no consecución de deseos, metas y objetivos. Es decir, sin quererlo, nos posicionamos como agente pasivos, espectadores dolientes, de esa frustración.
La realidad es que tenemos mucho más que ver con esa frustración de lo que pensamos.
El primer paso para la frustración pasa por la medición de nuestras metas y sueños ¿qué queremos conseguir? ¿a qué aspiramos? Podemos errar en marcarnos objetivos que no están dentro de nuestras posibilidades, incluso algunos que reflexionando correctamente tampoco nos harían felices e, incluso, decidiendo encaminarnos hacia la frustración por no pararnos a pensar y sentir fielmente cómo sería si los consiguiéramos.
El siguiente salto sería tener claro ¿qué necesito para conseguirlo? ¿Qué tengo y qué debo conseguir para alcanzarlo? Y cumplir fielmente con esto de una forma comprometida y activa. Si no, evidentemente estamos comprando un pasaporte para la frustración porque, de no hacer todo lo que está en nuestra mano, es más posible que no lo consigamos.
Evidentemente no todo está en nuestra mano, por tanto, tenemos que fijarnos también desde un principio en todas aquellas sombras, curvas y quiebros que puede tener nuestro camino. Siempre habrá sorpresa, pero podemos ahorrarnos muchas preparándonos con antelación. ¿hay algo que puede hacer que no lo consiga? ¿Alguien puede estar interesado en que fracase? ¿Qué puedo hacer ya para evitarlo?
Es lógico pensar que a pesar de todo ese trabajo podemos encontrarnos igualmente al final de nuestro camino con un abismo o un acantilado que no nos permita llegar a nuestra meta. El entorno, la situación general, las personas que te rodean, … Todo eso puede marcar la distancia entre nuestro sueño y nosotros.
La diferencia entre quienes se sienten devorados por la frustración, o aquellos que saben “digerirla” parte de si deciden ser actores principales, protagonistas de su vida o espectadores de los resultados.
Si has hecho bien el camino, este tendrá de por si un valor. La gran mayoría de las frustraciones son, en gran medida, un escondite para las sensaciones de “haber perdido el tiempo”, “no haber hecho todo lo posible”, “saber que podías haberlo conseguido y te faltó..”. Si ese aspecto lo tenemos claro, es decir, sabemos que hemos puesto toda la carne en el asador, el 110% de nosotros mismos, nunca tendremos que escondernos en la frustración.
Aun así no nos libramos de la frustración que no viene como resultado de lo hecho, sino de lo que nos viene. Sobre esa tenemos también una importante decisión, beberla como un veneno que nos corroe, dejar que el cuerpo lo somatice, y hacer la mente una lavadora con centrifugado de ideas negativas y pesadas; o racionalizarlo, pensar en lo que ha sucedido, que ha llevado a cada cual a actuar de esa manera, y aprender.
El camino al “amor del otro” pasa por unos escalones, que no dejan de ser complejos. En primer lugar debemos buscar aceptar al otro (tal cual es, como tal cual somos nosotros). Lo siguiente sería entenderlo, ponernos en sus zapatos, aceptar que posiblemente nosotros actuaríamos en sus circunstancias de la misma manera. Saltando un escalón nos plantearíamos el comprenderlo, si hemos llevado bien los pasos anteriores. Para finalmente amarlo/quererlo/apreciarlo.
Cuando proviene la frustración de la forma de actuar del otro, puede ser que esperamos algo más de lo que debíamos, o sencillamente exigimos, en vez de esperar; o que no hemos sido capaces de aceptar/entender/comprender/amar, es decir, recorrer toda la escalera del conocimiento. En cualquier caso no es culpa o responsabilidad del otro sino de nosotros mismos.
En cualquiera de los casos no se trata de apretar un silicio de culpabilidad, lanzarnos latigazos de castigo, sino conocernos en esos sentimientos, reconocer al otro en esa escalera fantástica hacia el amor, y darnos la oportunidad de que en vez de nutrirnos de la frustración, que nada nos aporta, tomar de todo lo ocurrido un sinfín de enseñanzas: de la situación, de nosotros mismos y del otro.
La frustración no es un sentimiento que podamos hacer desaparecer o neutralizar, porque posiblemente lo escondamos y resurja o brote en los momentos que menos lo necesitamos. No debemos negar los sentimientos, porque son naturales, lo que nos hace más capaces y felices es conocerlos, aprender de ellos, y saber transformarlos en experiencias de aprendizaje y fortalezas futuras.
No nos cabe duda, tú eres mucho más fuerte que tu frustración así que, si resuena en ti ese sentimiento, vete pensando ya en los siguientes sueños y metas, valora lo conseguido y el camino hecho, y disfruta de volver a ilusionarte.
No hay mejor cura para la herida de la frustración que una buena dosis de pomada de ilusión.
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