En estos tiempos muchos creen que la conversación debe serganada como si de una contienda se tratara. Por supuesto la única forma de vencer para quienes afirman esto ha de ser la razón. Pero a veces esta, si se torna a posición inamovible, sorda y perseverante a lo largo de todo el tiempo de comunicación puede herir de muerte nuestro diálogo.
Realizando una dinámica con un importante especialista en inteligencia emocional y comunicación nos daba la clave de una forma de determinar las posibilidades de buen fin de las reuniones o las sencillas conversaciones que podemos mantener con nuestros seres cercanos: “que ninguno de los participantes parezca sentarse con ganas ya de levantarse”. Esto no resulta fácilmente evitable cuando es el otro quien viene predispuesto a eso, pero si podemos reconducir esa situación o estado con nuestra propia observación y herramientas para el diálogo; nuestra comunicación creativa.
Sentarse a conversar imponiendo de base tu idea y planteamiento, casi como lanzando la conclusión y el cierre, no es para nada una fórmula acertada, pero es demasiado habitual. Por el contrario iniciar un diálogo pidiendo que sea el otro quien hable y exponga, como en muchos manuales se propone, sitúa al otro en una representación natural, lo aleja del diálogo y lo pone en una incómoda tesitura que va a bloquearlo o a limitar su implicación durante toda la conversación.
Como en todo lo recomendable es situarse en el justo medio. Plantear el porqué del diálogo, marcando que expones tu idea o tu opinión con frases como “quería explicarte”, “me gustaría comentar contigo”, etc. Evitar posiciones erguidas, aprovechar lugares cómodos evitando distancias amplias, fijar la mirada, y realizar gestos de comprensión o afirmación durante la conversación pueden ayudar a mejorar ese ambiente que partía quizás viciado. Todas estas herramientas y conocimientos deben ser usados con absoluta naturalidad adquirida. Ejecutarlos como un guión o realizar acciones que no se corresponden con uno mismo o con el entorno del diálogo, pueden dar resultados opuestos o plantear incoherencias hacia la otra persona y el mensaje.
No debemos olvidar la intención, el mensaje, y las razones de la comunicación. Muchas veces nos centramos tantos en aspectos más referidos a la comodidad y la forma, que relegamos lo esencial a un segundo plano, o incluso lo olvidamos. Es importante saber reconducir las conversaciones, medir los tiempos y ritmos, e intentar siempre concluir con la fórmula más acertada: Acordar una idea, plantear al menos unos principios de convergencia o reconocer ambos planteamientos al menos y sus razonamientos.
Todos pretendemos tener la razón, y por supuesto no vale, desde nuestro punto de vista, el relativismo dialéctico si no nos lleva a ningún fin claro. Pero siempre debemos evitar que la errónea idea de “convencer al otro a toda costa” nos cierre las puertas y las miras del diálogo, nos imposibilite para entender y comprender al otro, nos frustre los objetivos y rompa los lazos y vínculos relacionales.
La inteligencia emocional, la observación, el entrenamiento en comunicación creativa nos darán herramientas que, una vez potenciadas en nosotros de forma natural, nos harán acertados conversadores y líderes.
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