La creatividad es innata, eso ya es indiscutible. Todo ser humano nace con las capacidades y aptitudes de ser creativo, de dominar un medio, llevándolo a la excelencia. Por supuesto partimos con el lastre de que nuestro sistema educativo no está preparado para hacer que desarrollemos nuestras capacidades creativas, y por tanto, aspectos tan importantes como el dominio y la construcción del lenguaje, el conocimiento estético, la medida espacial, la armonía sonora, o la capacidad de construcción manual se ven muchas veces relegadas a áreas maltratadas de nuestra formación.
El pensamiento se canaliza en el lenguaje. Por tanto parecer relevante e imprescindible, en un tiempo en que los medios de comunicación, las redes sociales, la llamada nube, es un continuado flujo de mensajes, el control de nuestra expresión, el conocimiento de sus herramientas, la importancia y reacciones ante lo subjetivo de la comunicación y el uso que de este se puede hacer para mejorar las habilidades de liderazgo y las relaciones profesionales y personales.
La comunicación no es interpretación. Acomodar la manera de expresarse teniendo en cuenta el medio y el destinatario; hacer uso de una familia de palabras para generar ánimo, corregir o generar confianza; Delimitar los ritmos de lectura o habla; u otras funcionalidades del lenguaje no está necesariamente reñido con intención de «vender motos» o engañar a los participantes de la comunicación.
Cualquier conversación, cualquier correo electrónico, mensaje corporativo, exposición, proyecto o informe puede ser, llevando la misma información y contenidos, un absoluto acierto o el más tremendo de los fracasos. Entre los dos extremos pendulares, tan sólo está, un buen lenguaje creativo.
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