Hace pocos días mi amigo Rafael Gil, un formador con contrastada calidad y experiencia en el sector de la prevención de riesgos laborales, me llamó para comentarme su preocupación por un nuevo proyecto. Al día siguiente debía realizar una formación de máximo treinta minutos para capataces y jefes de obra sobre la necesidad aportar confianza, motivar, generar comunicación en sus equipos de trabajo y así prevenir riesgos y accidentes laborales.

Rafa dominaba los contenidos y los objetivos fijados pero no estaba seguro del resultado de la formación. El público era complejo: “es difícil sacar a personas de su puesto de trabajo, con tanto por hacer, y conseguir su interés en la materia”. Además: “Apenas cuento con 30 minutos, un tiempo muy escaso para desarrollar todo lo que tengo que contarles”.

Recelos más que habituales y naturales ante un proyecto de esa índole, máxime con tan poco tiempo de preparación. Pero la formación de  excelencia no conoce adversidades y nos pusimos manos a la obra.

En primer lugar definimos nuevamente los objetivos. No podemos pretender la memorización -ni tan siquiera la comunicación- de la  totalidad de contenido sobre la materia a tratar si tenemos limitación de tiempo. Esto es evidente y además común en nuestra profesión como formadores. Pero, si nos fijamos, el objetivo real no es simplemente transferir contenidos, pues para ello bastaría con un manual y un examen posterior. Estamos ante una oportunidad de generar interés y compromiso sobre la materia, por lo que nuestras acciones han de diferenciarse de la mera enseñanza.

Luego analizamos el entorno, el espacio y los medios a nuestro alcance. Esta preparación inicial, costumbre en un formador de calidad, como Rafa, nos asegura el máximo aprovechamiento de todos los recursos. Controlar el “paraíso habitable” de nuestro desempeño profesional resulta esencial. Crear contenidos adecuados a los canales de comunicación o apoyos que vamos a tener, poder transformar el espacio, adecuándolo a las necesidades de la formación y a la tipología de público y dinámicas a desarrollar, es sin duda un valor excepcional a la hora de desarrollar nuestra acción formativa.

Definiendo esto fijamos un timing y un desarrollo muy exacto asegurándonos de cumplir unas máximas en cualquier formación actual de calidad que se precie: participación, gestión del talento, potenciación de la experiencia, aprendizaje a través de la experiencia, motivación y recuerdo.

Iniciaríamos la formación presentándonos, obviamente, y definiendo nuestra función. Además, por descontado, haríamos hincapié en que no venimos a enseñarles a hacer su trabajo, sino a ayudarnos a compartir las experiencias y sacar mejor partido a su día a día. Sí, formamos, pero no buscamos demostrar lo que sabemos, sino potenciar lo que conocen y son capaces de desarrollar por ellos mismos con nuestro acompañamiento. Ser un coach-formador, un entrenador de capacidades y habilidades, no un profesor del siglo XIX.

Potenciaríamos la comunicación con aspectos básicos como el movimiento y dominio del espacio, la gestión de la voz y el lenguaje específico según el público, el uso de soportes adecuados a todas los perfiles psicológicos y pedagógicos (visual, auditivo, kinestésico; emocional y racional).

Nos pusimos en marcha con el contenido específico para poder desarrollar una formación de éxito en 30 minutos.

La presentación no debía durar más de un minuto o minuto y medio, tanto del formador como de los asistentes. Posteriormente abriríamos un diálogo o debate de cinco a siete minutos con tres preguntas sobre el tema; una más abierta y general invitando a la participación de todos, y otras dos más concretas y dirigidas que nos permitieran dar pie al a formación y el contenido programado.

Luego plantearíamos dos roleplay definiendo los papeles de cada uno, cumpliendo los requisitos y habilidades que se pretenden presentar, y otro actuando de forma totalmente opuesta. Destacamos la importancia de diferenciar al asistente como profesional, del asistente como “actor” de una “escena”, desvinculando así cualquier juicio de su forma de desempeño o de su actuación personal, felicitando y aplaudiendo al cierre. Cada roleplay debía durar a lo sumo dos o tres minutos, y se abriría un tiempo de feedback posterior del que sacar conclusiones que se dirigieran a la segunda parte del contenido teórico.

La siguiente parte teórica aunaría las conclusiones o feedback de los roleplay y ampliaría contenidos fijados sobre la materia, terminando con unos consejos y conclusiones generadas por el grupo, y entregando una ampliación del contenido en formato impreso.

Gracias a las tres preguntas y a los roleplay que preparamos, Rafa pudo convertir los treinta minutos, que resultaban un handicap, en una oportunidad de interacción y asimilación práctica y dinámica de conocimientos. 

A la salida de la formación me llamó inmediatamente. Estaba sorprendido por la excelente acogida, la participación y la actitud de los asistentes. Algunos incluso lo habían felicitado identificando la singularidad y calidad de su formación respecto a otras recibidas.

Y es que la formación de excelencia no conoce adversidades, sino éxitos y grandes experiencias.

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