Si algo destaca en la formación en habilidades de la última década es que se pretende de alguna manera convertir a todos en líderes casi con un mismo patrón, valores y similares metas. Esto sin duda reduce las habilidades a herramientas, o lo que es peor, a una impostura, que nos iguala, como ya lo hace el sistema educativo de la vieja Europa, pasando de ser “obreros de fábrica del siglo XIX” a “líderes sobreactuados del siglo XXI”.
Sin duda determinadas habilidades son innatas al ser humano y muchas otras son fácilmente implementables en nuestro día a día o desempeño profesional, convirtiéndose en nuestra forma de actuar y, por tanto, en un valor propio.
Pero no debemos olvidar que el mayor valor de un ser humano es su singularidad, y por tanto, la potenciación de lo que lo diferencia, de lo que lo te hace único. No es necesario que todos seamos “líderes” porque tampoco el mundo necesita de líderes a medida o de manual. Lo que si necesita el mundo es de la excepcionalidad de cada uno.
Para potenciar esas habilidades debemos primero conocer nuestros valores, lo que nos mueve, lo que nos resuena, en lo que hemos destacado o con lo que nos sentimos más felices u orgullosos en distintos aspectos de nuestra vida. Esa es nuestra verdadera marca. Conocernos, reconocernos, felicitarnos por ser así, disfrutar aprendiendo a potenciar eso, o formarnos en aquello que nos apetece tener en nuestro haber.
Ese trabajo es fantástico y gratificante, y desde el Coaching disfrutamos trabajando en este camino con nuestros clientes. Pero sin duda este esfuerzo no tendría todos los beneficios posibles si no sabemos comunicar eso, si no proyectamos lo que somos, si no “vendemos” nuestro “gran valor”.
No nos confundamos, eso no se consigue con “charlas sobre nosotros” o “anuncios sobre lo que somos” sino poniendo en cada paso algo de nuestro ser. Es importante que lo que somos se vea reflejado en lo que hacemos, en el por qué lo hacemos, en qué nos mueve a hacerlo. Si vemos que esto no se lee, debemos replanteárnoslo, y quizás apoyarnos con la comunicación verbal. Expliquemos, expliquémonoslo, pero sobre todo apliquemos nuestro potencial a cada acción, reflexión, relación. Es decir, ser lo que somos con la mayor plenitud posible de nuestra acción.
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